viernes, 24 de junio de 2011

Cuentos clásicos


La bella durmiente del bosque

Nunca. Nunca se había dado una fiesta tan hermosa. Todas las hadas del reino habían sido invitadas para festejar el nacimiento de la princesita y cada una le había llevado su regalo. Una le había regalado belleza; otra, bondad; otra, inteligencia; otra, felicidad.
De pronto, enojadísima porque se habían olvidado de invitarla, apareció el hada Gris y dijo:
- ¡Cuando la princesita cumpla quince años se pinchará el dedo con un huso y morirá!
Sólo el hada Melusina, que no había hablado todavía, podía cambiar estas palabras.
- Se quedará dormida -dijo-, pero no morirá.
- ¡Que se quemen todos los husos del reino! -ordenó el rey.
Y se quedó tranquilo.
Pasó el tiempo, y la princesita cumplió quince años.
Ese día, mientras todos preparaban la fiesta, la princesita subió a la torre del castillo. ¡Ay! Allí estaba el único huso que se habían olvidado de quemar.
La princesa se pinchó el dedo y se quedó dormida, y junto con ella quedó dormido todo el castillo.
Ya hacía cien años que estaba así cuando, un día, llegó un hermoso príncipe encantado.
- Es un castillo encantado. No entres -le dijeron todos.
Pero el príncipe entró y besó a la princesita. Y su beso la despertó. Entonces todo el castillo se despertó con ella, y la fiesta que estaban preparando cuando todos se quedaron dormidos se realizó para festejar la boda del príncipe y la princesita.


Caperucita Roja

Caperucita Roja vivía con su mamá en un pueblito de leñadores. Un día que fue a visitar a su abuela, se encontró en el bosque con el lobo.
- Si te encuentras con el lobo -le había dicho su mamá- no le digas adónde vas y vuélvete a casa.
Pero Caperucita se olvidó y le contó al lobo que iba a visitar a su abuelita.
Entonces el lobo corrió a casa de la abuela y se la comió. Después, se disfrazó de abuelita y se metió en la cama.
Cuando Caperucita llegó, se encontró con una abuelita muy rara.
- ¡Abuelita, qué ojos tan grandes tienes! -exclamó.
- ¡Para mirarte mejor! -respondió el lobo disfrazado.
- ¡Abuelita, qué boca tan grande tienes!
- ¡Para comerte mejor! -contestó el lobo.
Y se la comió.
Por suerte, un leñador que entró a visitar a la abuela y vio al lobo comprendió todo lo que había sucedido. Y después de abrirle la barriga al lobo, sacó de allí a Caperucita y a su abuela. Las sacó enteritas, porque así es como el lobo se las había tragado.
Y mientras abrazaba a su abuela, Caperucita pensó: "Será mejor que otra vez no me olvide de lo que me dice mamá".


Blancanieves

Había una vez una reina que tenía un espejito mágico, un espejito que contestaba cualquier pregunta.
Pero la reina hacía una sola pregunta, que era:
- ¿No soy acaso la más hermosa del reino?
Y el espejito contestaba:
- No, la princesa Blancanieves es más hermosa.
- Quiero ser la más hermosa -dijo la reina.
Y mandó a Blancanieves al bosque para que se perdiera.
Pero Blancanieves no se perdió, porque tuvo la suerte de encontrar a los siete enanitos. Y con ellos vivía muy feliz.
Hasta que, un día, la reina supo que la princesita no se había perdido. Entonces fue a visitarla disfrazada y le convidó una manzana que estaba envenenada.
Cuando los enanitos llegaron y encontraron a Blancanieves tendida en el suelo, creyeron que estaba muerta, y la pusieron en una caja de cristal para llevarla al bosque.
¡Pobres enanitos! Estaban tan tristes que no vieron que un hermoso príncipe los seguía. Hasta que el príncipe se acercó y les pidió permiso para acercarse a Blancanieves.
¡Cuando la abrazó, ocurrió algo que nadie esperaba! Ocurrió que Blancanieves, que sólo estaba desmayada, despertó de su desmayo. Y al ver al príncipe se enamoró al instante de él. Como el príncipe también estaba enamorado, se casaron y vivieron felices por siempre.


Cenicienta

La vida de Cenicienta era muy triste. Siempre limpiando y fregando la cocina. Siempre viviendo entre cenizas.
Esa noche, sus tres hermanastras se habían ido al baile del palacio.
"¡Cómo me gustaría bailar con el príncipe!", pensó Cenicienta.
Entonces apareció un hada y dijo:
- Bailarás. Pero tendrás que volver con la última campanada de las doce.
Apenas lo dijo, Cenicienta se encontró vestida como una princesa y viajando en una hermosa carroza.
En el baile, Cenicienta bailó toda la noche con el príncipe. Hasta que sonaron las doce y tuvo que partir tan de prisa que, al bajar las escaleras, perdió uno de sus zapatos.
- Con este zapato la encontraré -dijo el príncipe-. Quiero casarme con ella.
Pero como el zapato era muy chiquito, los servidores del príncipe recorrieron el reino sin poder encontrar a su dueña.
Cuando llegaron a la casa de Cenicienta, las tres hermanastras hicieron lo imposible para calzar el zapato. Pero no pudieron, y tuvieron que llamar a Cenicienta.
¡Qué cara pusieron, al ver que ella era la dueña del zapatito! Una cara más agria que el limón.
Pero el príncipe puso una cara más dulce que la miel y, al día siguiente, se casó con Cenicienta.


El patito feo

Todos los patitos habían salido ya del huevo. Todos menos uno.
¡Por fin, salió! ¡Qué grande y qué feo era! No parecía un patito. Y todos se burlaron tanto de él que Patito Feo, cansado de sufrir, decidió salir a recorrer el mundo.
- ¡Vete, eres muy feo! -le dijeron los patos silvestres cuando pasó nadando por el pantano.
- ¡Vete, eres muy feo! -le dijeron las ocas cuando pasó nadando por el cañaveral.
Patito Feo siguió su viaje.
Un día, después de mucho tiempo, llegó a un jardín en el que había tres hermosos cisnes.
- ¡Ah, si fuera como ellos! -suspiró. Y decidió acercarse porque estaba demasiado triste para seguir viviendo solito.
Entonces, mientras nadaba, vio su imagen reflejada en el lago. ¡Y su imagen era la de un cisne! ¿Cómo había ocurrido eso?
Era seguro que una mamá cisne había puesto, por error, su huevo en el nido de mamá Pata. Sí, era por eso que tardó tanto en salir del cascarón; era por eso que no parecía un patito; era por eso que había sido un Patito Feo.
- Quédate con nosotros -dijeron los cisnes.
Sí, podía quedarse. Ahora ya no era un patito feo: era un cisne, la más hermosa de las aves.

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